Un gran equipo

De repente, todo está en su sitio y ambos sienten paz.

Nunca la habían mirado así. Se sentía de repente plena, llena de vida. Completa. Conocerle había sido lo mejor que le había podido pasar, él le devolvía las ganas de vivir, las ganas de luchar y de soñar. Desde que estaba con él se sentía valiente. Dejaba atrás fantasmas, miedos y decepciones para conocer a su lado el significado más completo de amar.

Se conocían desde siempre pero nunca habían hablado. Un día se encontraron, charlaron cuatro palabras y ahí quedó la cosa. La tecnología hizo el resto y comenzaron las charlas interminables a través del ordenador, primero, y del móvil, más tarde. Después de un tiempo dándose los buenos días, las buenas tardes y las buenas noches las ganas de verse se impusieron. Quedaron, cenaron, hablaron, rieron. Conexión. Ella deseaba volver a mirarle a los ojos. Un segundo encuentro. Y los besos, las ganas. La piel.

Desde ese día ya no se han separado. Se han convertido en un magnífico equipo, se complementan. El perfecto equilibrio. De repente, todo está en su sitio y ambos sienten paz. Están serenos. Saben que han encontrado aquello que buscaban, aquello que ella nunca pensó que encontraría.

Son amigos, amantes, cómplices y compañeros. Se miran, se desean, se ríen y bailan. Todo es más fácil desde que están juntos, desde que decidieron que juntos todo era mejor. Todo les apetece, todo les ilusiona, les gusta soñar mientras se aprietan las manos.

Saben que a partir de ahora todo irá bien. Sienten que están completos. Ella es feliz. La gente se lo nota y no puede disimularlo. Ni quiere. Sonríe sin parar, es consciente de que es una mujer afortunada, y no quiere dejar de soñar. Tiene ganas, fuerza, ilusión, calma y equilibrio. Y quizá ella le convenza para que un día él también escriba cómo siente. Aunque ella, al verle sonreír, sabe que también es feliz.

Luna.

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