Últimos días en mi casa de soltero

Le acaricié una mejilla, le rodee el cuerpo con mi brazo derecho y la atraje hacia mí...

Con Luciana nos hicimos amigos desde los tiempos de la escuela secundaria, cuando provenientes de otra ciudad, mis padres adquirieron la casa, contigua a la de ella en Bahía Blanca – Argentina. Frecuentábamos el mismo club y compartimos algunas de las actividades deportivas, como natación y tenis.

Además de inteligente, simpática e ingeniosa era una chica bonita y se convirtió en una mujer muy linda. La naturaleza la dotó de atributos femeninos privilegiados: alta más que el promedio, cabello azabache, ojos increíbles, rasgos faciales delicados, seno, cola y piernas intachables. Era casi inevitable fantasear con ella, pero, conmigo sólo había habido amistad.

Se casó y se quedó a vivir en la casa de los padres. Yo en cambio me mudé a (y sigo residiendo en) otras ciudades llevado por mi profesión. Con el tiempo, lamentablemente, fallecieron mis padres y mis dos hermanos por lo que decidí poner en venta la propiedad que había heredado.

Concretada, después de un espera prolongada, la operación, antes de la entrega al comprador, dejé por una semana mis ocupaciones de profesional independiente, y me instalé en la casa (solo ya que estaba separado, tramitando el divorcio con mi esposa) para hacer un escrutinio del contenido (menos los muebles que estaban incluidos en la venta) para definir con que quedarme, que regalar o que dejar para que los nuevos dueños, decidieran. Ya el primer día, vinieron a saludarme vecinos, conocidos y un par de ex compañeros de escuela. Luciana fue una de las primeras, alojada en la casa de al lado, no tardó en detectar mi presencia. Me saludó con vivas muestras de alegría y prometió (y cumplió) venir todos los días para ponernos al día sobre nuestras vidas.

A la tarde del tercer día consumimos un par de tazas de café, siguiendo con el intercambio de relatos de vivencias personales varias, sentados frente a frente en el living, yo en el sofá, ella en un sillón. De pronto noté que Luciana, cada pocos segundos, me enviaba miradas furtivas y leves intentos para llamar mi atención: cruzar y descruzar las piernas, tamborilear los dedos en el apoya brazos, pequeños suspiros,….. Finalmente se incorporó y vino a sentarse a mi lado. Se quedó largos segundos con sus ojos fijos en los míos, suspiró una vez más y:

– ¡Juan!!!…¿Cuántos años hace que te conozco? –
– Siempre nos llevamos muy bien ¿no es así? – continuó
– ¿Por qué, en todo este tiempo, nos conformamos en ser sólo amigos? – agregó.
Me pareció que estaba turbada, ansiosa y no se esforzaba en disimularlo.
De sorprendido y perplejo pasé a verla de forma diferente, a tomar conciencia que, sin tapujos, ella me daba a entender el deseo de cambiar nuestras relaciones de amistosas a amorosas.
-Sí, nos conocemos desde hace más de 30 años y, concuerdo, siempre fuimos muy compinches. Ganas no me faltaron de algo más y, no me faltan ahora pero ¿y tu marido?-
-¡No me hables de ese cretino!!-
A juzgar por los ojos, su aversión no era sólo hacia alguien, sino contra toda la humanidad.
Con la intención de distenderla, le dije en broma:
-No sabía que te habías casado con uno de la isla de Creta.-
Le gustó la ironía, aflojó la expresión en su rostro:
-No es el caso de mi cretino. El sufre de cretinismo total. –
Le acaricié una mejilla, le rodee el cuerpo con mi brazo derecho y la atraje hacia mí y, por primera vez en tantos años, rocé con mis labios los suyos. Eché hacia atrás mi cabeza para calibrar el efecto de mi atrevimiento o tanteo para calibrar hasta donde avanzar.
En sus ojos vi reflejadas mis fantasías eróticas y los incendios de su mente. Inmediatamente después de un corto período de contemplación percibí como su piel exudaba un aroma seductor irresistible.

Ella debe haber recibido el de mi piel exacerbada. Nos besamos desaforadamente.

La vetusta cama de mis padres, se vio sacudida del letargo de tantos años, y sometida a solicitaciones más propias de veinteañeros que de un par, próximos a los 50 años de edad, desmadrados por la pasión y el placer mutuo. Desde esa tarde, me sentí y comporté como un adolescente enfermo de amor. Luciana pasó a ser casi todo en lo que puedo pensar. O estoy con ella, o ella está en mis pensamientos.

En rigor, hace más de un año que está conmigo, ella también dejó su casa paterna. Y a su “cretino” por supuesto. Disfrutamos en cualquier momento y lugar del calor mutuo y del aroma íntimo de la mujer deseada, yo.

El amor es increíble a cualquier edad. Aun me pregunto cómo, teniéndolo a la vista tanto tiempo, tardé tanto en reconocerlo.

Quiero envejecer junto a ella.

Pensándolo, con la perspectiva que da el tiempo, creo que me casé con mi primera esposa, por el hecho de que era hermosa y estaba enamorado aunque no tenía idea cabal de nuestras aptitudes para unirnos y convivir. Con Luciana comparto, además de tres décadas de amistad y de confidencias, la pasión por la literatura, el intercambio/crítica de ideas, la afición por el teatro, los viajes. Lo cual, no es garantía del 100% pero es una buena receta para la compatibilidad y convivencia a largo plazo.

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